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CÓMO FUNCIONA LA INDUSTRIA DEL ENTRETENIMIENTO, HOY

Aunque resulte una obviedad para Ud. o para mí, nunca está de más tenerlo en cuenta al momento de sentarnos frente al televisor, advertir cómo estamos en una interacción permanente con las redes sociales, Netflix, los servicios de música online,  o lo que fuere. Sobre todo en tiempos en que se le piden “peras al olmo” casi sistemáticamente. En el juego de búsqueda de ganancias, lo que prevalece es la facturación de los anunciantes, al punto que la publicidad se ha tornado en el factor que determina las pautas de programación y los criterios de éxito del conjunto de la media. La TV es sinónimo de distensión, de entretenimiento, pero no de educación. Nadie mira TV con una finalidad didáctica. Puede que haya ciclos de documentales (y de hecho los hay, como en el Canal Encuentro), pero nunca serán los que predominen en la grilla de programación. De la mano de la globalización mediática lo que se impone es la difusión de mensajes que promueven el consumismo, esto es, subordinando las diferencias culturales al predominio del estilo de vida basado en el consumo que caracteriza a las metrópolis del Norte. Un universo donde prácticamente no queda espacio para el interés público, pues a los anunciantes no les gustan los programas de este tipo, ya que a través de ellos se «vende» poco o nada.

 

Con estos desarrollos, entre los damnificados se encuentra el periodismo, pues su oficio -la concentración operada en el sector- se ha visto desplazado por la lógica del entretenimiento pautada por lo «light» y la frivolidad. Tan es así que ahora lo que manda es la fórmula «ganadora» de las 3 «s»: sexo, sensacionalismo y sangre. Bajo estos nuevos parámetros, la búsqueda de la verdad, tan pregonada por la prensa de nuestro país, va quedando como un buen propósito que se diluye ante lo que marca (o mide) el rating «MINUTO A MINUTO», en cuyo horizonte no cuentan loS ciudadanos, sino los consumidores Y, para poder llegar a éstos, la prioridad se ha tornado en lograr productos estandarizados para todos los públicos, por encima de su estrato social, país o cultura. Como los negocios son los negocios, esta prioridad se ha extendido también al ámbito informativo. De ahí que, día que pasa, se torna más apabullante la cantidad de datos y propaganda comercial y política que nos ofrecen los media, al tiempo que la información disminuye y se degrada.

 

Más grave aún, esta tendencia, apuntalada ahora por lo que se ha dado en llamar «industria del entretenimiento» y de «servicios recreativos», se presenta como una seria amenaza para la diversidad cultural, dado que su expansión es trasnacional erosionando  las culturas locales y tradicionales en la medida que básicamente promueve y de manera avasalladora, el estilo de vida y los valores culturales de las potencias económica y políticamente dominantes, particularmente de los Estados Unidos. Pero echarle la culpa de los productos que aquí se consumen a los yanquis, creo yo, es un grave error. «Lo peor de lo peor» de la pantalla, lo podemos ver en nuestra propia geografía, todos los días, a las tres o cuatro de la tarde. Bien argentino todo.

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