-Curtidos en mil crisis, el 2 de enero el empresario pyme volverá a levantarse temprano para abrir la puerta del negocio o subir la persiana de la fábrica. El obrero irá a trabajar, pese a todo, y el profesional desandará su camino hacia la oficina o el estudio. La rueda seguirá girando-.
Se termina un año para el olvido. Nadie hubiera pensado, allá por el primer trimestre, que este 2018 que ya se extingue iba a culminar con más inflación, recesión económica, más pobreza y mayor desempleo que cuando Cambiemos asumió el poder en diciembre de 2015.
Ahora que miramos para atrás en pos de hacer algo así como un balance, surgen borrosos los primeros meses del año. Persistía todavía el envión político de las elecciones legislativas de octubre de 2017, donde el oficialismo arrasó sin miramientos. Por entonces la gente le había renovado la confianza al programa económico de Macri.
Pero ocurrió lo que muchos, sin ser agoreros, advertían: el tibio gradualismo sostenido con un fuerte endeudamiento externo podía darse de bruces contra el suelo si los mercados cerraban los grifos del financiamiento. Y eso ocurrió, no de un día para el otro, pero más temprano de lo que esperaba el gobierno.
Sin dinero y sin haber resuelto tampoco los problemas estructurales graves de la economía, fundamentalmente el déficit fiscal, madre del proceso inflacionario, Cambiemos no tuvo más alternativa que golpear a las puertas del Fondo Monetario Internacional. Ahí estábamos de nuevo, como tantas otras veces, pidiéndole un crédito al organismo.
Es cierto, como dicen los expertos, que la tasa del FMI es muchísimo más baja de lo que hoy el mercado le cobraría a la Argentina, pero también es verdad que la entidad financiera presta a condición de que el país cumpla con el plan de ajuste a rajatabla. Y en eso estamos por estos días.
En el camino, la desconfianza de los inversores en la sustentabilidad del programa económico de Cambiemos, además de la suba de tasas en los Estados Unidos, llevó a una masiva salida de capitales y a una devaluación del tipo de cambio que tuvo inmediata réplica en las góndolas. La inflación dio un brinco. Soportamos en algunos meses los índices que los países serios tienen en todo un año.
El sacudón de agosto, septiembre, octubre y noviembre dejó precios por las nubes, salarios flacos, un índice de pobreza que supera con claridad el 30% de la población, un nivel de desempleo que se acerca al 10% y muchísimas dudas en cuanto a lo que vendrá. Ya no en el largo o mediano plazo, sino pasado mañana.
A la luz de los resultados, la política económica de Cambiemos ha sido un completo fracaso. El 2018 fue también el año en que el Banco Central se regodeó con un esquema de metas de inflación en el que nadie creía, y proyecciones a la baja sostenidas con tozudez, aunque la realidad marcara otra cosa.
El Gobierno tuvo que montar este esquema de tasas históricamente altas para contener al dólar, una trampa financiera de la que no sabe cómo salir. Los daños colaterales no fueron menores. Basta mirar el último índice de actividad económica, con un rojo del 4,7%.
No hay que ser un genio de la economía para vislumbrar que el 2019 no será mucho mejor. Con elecciones presidenciales en el horizonte el riesgo país difícilmente baje de los 700 puntos, y así no habrá inversión que llegue a estas costas ni mercados accesibles para tomar crédito.
Por otra parte, el Gobierno parece tener anestesiado el sentido social. La planilla le indica que debe cortar los subsidios a los servicios para talar el déficit fiscal, y multiplica los aumentos de tarifas, aún con una economía en recesión y el desempleo en aumento.
¿Qué ocurrirá si en octubre triunfa en las elecciones presidenciales una agrupación de otro signo político? Difícil es saberlo, sobre todo en tiempos en que la oposición surge desdibujada y ausente. Es de esperarse que tome fuerza y se conforme alguna propuesta en los meses venideros. El silencio actual es atroz.
(Fuente: La Prensa-Autor: Gustavo García)