Con dos años de ejercicio del gobierno, a pocos meses del lanzamiento de un nuevo proceso electoral, con inflación maníaca y encuestas depresivas, en las filas de la coalición gobernante han empezado a manifestarse tironeos que, aunque naturales, comprensibles y previsibles, provocan vértigo.
El martes 24, en el Concejo Deliberante de Lobos, la oposición intentará aprobar el pedido para que el Ejecutivo declare la emergencia energética (o tarifaria) por el plazo de 1 año .
En el ámbito nacional, el radicalismo y la Coalición Cívica (simplificando: Elisa Carrió) han expresado estos días enfáticos reparos a la escalada de aumentos de tarifas de los servicios públicos y ácidas críticas a su encarnación emblemática, el ministro de Energía, Juan José Aranguren. Simultáneamente, el núcleo duro de la Casa Rosada considera innegociables los aumentos y sostiene a Aranguren a capa y espada. Paradojas: radicales y lilitos le reclaman al PRO que aplique a las tarifas el gradualismo que predica en otros campos. El Ejecutivo en materia de tarifas quiere resolver en un mandato los atrasos que el kirchnerismo procesó en más de una década. Aranguren considera que incluso el ritmo actual, que asusta a los aliados del PRO, es demasiado lento: íntimamente coincide con ultraliberales como José Luis Espert (que imputa gatopardismo al Gobierno: «Hace kirchnerismo de buenos modales», le critica). Para contribuir a la confusión, varios macrólogos (sedicentes expertos en el pensamiento presidencial) aseguran que Aranguren expresa «lo que Macri verdaderamente cree» (y aplica instrucciones) del Presidente; es decir, asignan al creador del PRO en este asunto más coincidencia con el ortodoxo Espert que con sus socios de Cambiemos.
«EL COMANDANTE MANDÓ PARAR»
Lo cierto es que la espuma creada por las críticas de radicales y cívicos se deshizo en la arena tan pronto sus representantes hablaron con el Presidente. Como dice la popular canción: «Llegó el comandante y mandó parar». El gobernador mendocino Alfredo Cornejo, líder de la UCR, fue puesto por Macri frente al ministro Aranguren; después de ese encuentro Cornejo admitió francamente: «No habrá ninguna marcha atrás en el plan tarifario». En retribución por esa disciplina, el gobierno acepta aplicar la tarifa con anestesia: se financiarán los aumentos. Evidentemente el Gobierno se hizo entender: el plan de actualización tarifaria no puede ser más gradualista ni puede ponerse en discusión la disminución del déficit fiscal.
La discusión insinuada (y, en parte, explicitada) parece económica pero su motivación tiene otras raíces. A pesar de las numerosas mesas de diálogo, reuniones de coordinación, líneas encriptadas y mensajes de consulta o contención que ocupan horas de jefes y operadores de Cambiemos, la coalición oficialista no ha encontrado todavía un nexo doctrinario que la suelde y le permita compartir una estrategia más allá del obvio deseo de conservar (y eventualmente ampliar) el poder que le concedieron sus logros electorales y de la certeza de que para concretarlo es preferible sostener la unidad («¿desparramados?, ¿qué hacemos?»).
El PRO elude las doctrinas, se atrinchera tras el pragmatismo de la eficacia gestionaria y confía más bien en la homologación y sellos de calidad que ofrecen instituciones mundiales (OCDE, FMI, etc.): la ideología queda desdibujada o maquillada bajo la forma de compromisos internacionales adquiridos. Desde ese terreno y buscando la mayor flexibilidad posible avanza sobre la base de pactos y acuerdos prácticos tanto hacia adentro como hacia afuera de la coalición eludiendo mayores compromisos de mediano o largo plazo.
El radicalismo, por su parte, tiene un capital territorial extendido por el país y una tradición ideológica que a veces se refugia en el populismo democrático de Hipólito Yrigoyen, a veces en el democratismo liberal de Marcelo T. de Alvear, y en otros casos en el dialoguismo y la búsqueda de acuerdos de gobernabilidad reflejados en el último Ricardo Balbín (su encuentro con el último Perón) y en el Raúl Alfonsín que supo pactar en Olivos con Carlos Menem y en la provincia de Buenos Aires con Eduardo Duhalde.
Tomando un poco de cada fragmento de ese capital (o de lo que quedaba de él después de ruinosas aventuras como la que lo encogió a un mezquino porcentaje electoral en 2003) el radicalismo actual revivió en Cambiemos a la sombra del PRO pero no se resigna a ser un apéndice del macrismo: quiere ser un socio respetado y consultado. Quiere que Cambiemos avance desde su condición de coalición electoral y parlamentaria a la de coalición de gobierno. Un formato que, potencialmente, debería definir sus futuras candidaturas y jefaturas proporcionalmente a la fuerza política y electoral de los socios. El núcleo duro del PRO está, en rigor, muy lejos de ese tipo de imaginarerías.
OFICIALISMO Y OPOSICION
El papel de Carrió en la coalición oficialista es singular: su capital político es la acreditación moral, el aval o la censura y la denuncia. Amplios sectores de la clase media le reconocen esa virtud y esa capacidad, con las que suplanta la ausencia de una estructura política propia. Esta última carencia es una debilidad pero también es funcionalmente positiva para el papel que ella desempeña: la expone menos al cumplimiento de favores y ayudas que comprometen a toda fuerza política orgánicamente conectada con la sociedad.
Si los responsables de estructuras políticas deben contraprestaciones a sus cuadros y afiliados, la doctora Carrió -sin dejar por ello de ocuparse del posicionamiento de sus acompañantes más fieles- cuida principalmente tanto la función de árbitro ético como el vínculo con su electorado.
Cambiemos es el espacio que le permitió poner en valor su capital simbólico: hace sentir su peso en la coalición con denuncias y sonoras diferenciaciones tanto como con apoyos y halagos (sabe también que la figura presidencial constituye, mientras no se demuestre lo contrario, el límite mayor para cualquier desborde verbal).
Carrió necesita simultáneamente demostrar a su base electoral (ubicada en las clases medias urbanas, particularmente en el área metropolitana) que la espada de sus denuncias sirve para defenderla tanto frente a «los de arriba» como frente a «los de abajo».
La UCR y Carrió empiezan a oír el ruido de las cacerolas en barrios que votaron por el oficialismo, leen encuestas y ven allí que el respaldo a la gestión oficial sigue cayendo, y los temores a la inflación crecen tanto como el escepticismo sobre la capacidad del gobierno para controlarla. Notan que muchos de quienes votaron a Cambiemos no comparten la acción del Ejecutivo (principalmente en materia tarifaria) y que allí se abre una grieta por la cual puede reinstalarse la oferta de la «avenida del medio» que en su momento esbozó Sergio Massa y que de aquí a las elecciones podría corporizar un peronismo diferenciado del kirchnerismo.
(Fuente: La Prensa)