Martín tiene 16 años y hace dos que comenzó su adicción a la tecnología. Hasta hace seis meses su vida transcurría prácticamente dentro de su cuarto donde estaba su computadora. Pasaba horas e incluso noches sin dormir por estar frente a la pantalla jugando a los videojuegos o navegando en internet y cuando decidía acostarse, no lograba conciliar el sueño. Se alejó de sus amigos, ya no le interesaba asistir a fiestas o reuniones y comenzó a saltearse los horarios de la comida, lo que lo llevó a bajar considerablemente de peso. Las consecuencias de su adicción también se vieron reflejadas en su rendimiento académico: el cansancio no le permitía concentrarse, por lo que sus notas bajaron tanto que terminó repitiendo el año.
«Cuando mis padres intentaron alejarme de los videojuegos me puse como loco. Busqué la manera de seguir conectándome, mentía todo el tiempo diciendo que me iba a la biblioteca a estudiar y en realidad estaba conectado desde mi celular. Cada vez estaba más aislado de todo», contó Martín a El País. Según dice, le gustaba competir con otras personas y le daba placer ganar. Pero con el tiempo ya no sentía la misma gratificación, por lo que cada vez jugaba más.
Hace seis meses sus padres lo obligaron a pedir ayuda y comenzó a asistir a la Fundación Manantiales (de Uruguay, una de las pioneras en Sudamérica para este trastorno), que trata, entre otras dependencias, las «adiciones tecnológicas».
El síndrome.
Según explica el psicólogo Pablo Rossi, director de la institución, las consultas por este problema han aumentado en los últimos años. «Aproximadamente el 30% de los pacientes que son tratados en la Fundación Manantiales sufren de esta adicción», dice.
«Los tecnoadictos o los que padecen nomofobia —miedo irracional a quedarse sin celular— no pueden dejar de chequear permanentemente Instagram, Twitter y Facebook. Hay personas que padecen el síndrome o complejo, que se da cuando obtener un me gusta en las redes sociales se vuelve una pequeña adicción en sí misma», explica Rossi. «Todos, de alguna manera, queremos ser reconocidos y agradar a los demás, es decir: ser queridos; pero en este punto, la adicción del like (el famoso “me gusta” de Facebook) me lleva a depositar nuestra autoestima en la percepción que tenga el resto de los usuarios de las redes sobre la foto, el video o el comentario que subí», agregó el psicólogo.
Dice que ese síndrome suele darse en personas con una «identidad deficiente», que buscan desesperadamente la aprobación del otro «para existir».
Consultas frecuentes
La mayor cantidad de consultas que llegan en el vecino país provienen de hombres, de entre 14 y 35 años, y en gran parte de los casos la adicción es a los videojuegos. Según Rossi, esta tecnoadicción suele ser la peor y la que provoca un deterioro mayor, ya que esa compulsión lleva a que la persona pase una o dos noches —y días enteros— jugando a esos videojuegos. «Las nuevas tecnologías representan para los jóvenes una posibilidad de perderse en un mundo de fantasía para huir de la rutina cotidiana», dice el profesional.
En Argentina, siete de cada diez adolescentes están “todo el día” conectados a internet, mientras que hace diez años sólo lo hacían por treinta minutos. Y más del 90% navega a través del celular para interactuar en redes sociales (principalmente Facebook) como actividad principal, según la encuesta nacional 2016 de “Consumos y prácticas culturales de adolescentes”.
De ese 70% conectado todo el día, el 40% navega hasta irse a dormir y el resto afirma mantenerse conectado “las 24 horas”. El estudio, que hizo preguntas de selección múltiple a 1800 chicos de 14 a 18 años, arrojó que el 60% de los jóvenes tiene en su habitación entre tres a cinco pantallas: celular, TV, netbook de la escuela, PC de escritorio, reproductores de música o consolas de videojuego.
(Fuente: El País, de Uruguay)