Los argentinos hemos escuchado durante la campaña política, e inclusive antes, que se pregona como una virtud el «sinceramiento», o «decir la verdad». La única verdad es la realidad, solía decir Perón (la frase pertenece al filósofo Aristóteles). Es decir, lo que vemos y percibimos. Me resulta patético que lo que debería ser un deber de funcionarios y dirigentes de todos los estamentos, sea interpretado como un rasgo de sensibilería y discurso fácil. Todos los ciudadanos tenemos que saber lo que está sucediendo en materia de seguridad, economía, educación, y salud. Que otros no lo hayan hecho antes, no enaltece a quienes supuestamente decidan hacerlo ahora. Es un planteo utópico, lo sé, habiendo atravesado décadas donde la mentira y la doble moral era el común denominador. Pero a cierto sector le gusta dejarse engañar, o autoengañarse, como cuando en los ’90 nos creíamos un país del Primer Mundo y se produjo el desmantelamiento de la industria nacional, con una avalancha de productos importados por el dólar barato. En realidad, esto les preocupó sólo a los directamente perjudicados, la gran mayoría de la sociedad hizo la vista gorda porque no había inflación en el contexto de una economía dolarizada (pesos convertibles, 1 peso igual a un dólar).
Por eso, no puedo salir de mi asombro cuando ahora dicen que se acabó la impunidad, y sin embargo nadie movió un dedo para el desafuero de Carlos Menem. Dos atentados terroristas, decenas de muertos, la voladura de la fábrica militar de Río Tercero que dejó a la ciudad en ruinas, tráfico de armas, sobresueldos, mayoría automática en la Corte Suprema, y podría seguir enumerando. Terminada la «fiesta», nadie se hizo cargo, y la única condenada fue María Julia Alsogaray. Como pasaron más de 20 años, y muchas causas judiciales prescribieron, a nadie le importa que Menem sea un anciano decrépito sentado en una banca. Qué mirada estrecha que tenemos a veces, al no comprender que ese pasado (que no es tan lejano), cayó bajo el olvido. Eso también es tener memoria, en el total sentido de la palabra, y recordar, uno por uno, quiénes estaban en la Segunda Década Infame para que estos personajes nefastos no se reciclen y vuelvan a postularse como si nada hubiera pasado. Punto final.